miércoles, 7 de noviembre de 2018

COLECCIONES DE CUENTOS: Las mil y una noches

Para los que queráis leer de forma voluntaria Las mil y unas noches aquí tenéis la selección de los cuentos que hay que leer, que encontraréis pinchando en el siguiente enlace

- Historia del Rey Schahriar y de su Hermano el Rey Schahzaman (hasta la Primera Noche).
- Historia de Aladino y la lámpara mágica
- Alí Babá y los cuarenta ladrones
- El ángel de la muerte y el rey de Israel (que aparece abajo, en esta misma entrada del blog)
- El cuento Imagínate que te quiero, (incluido más abajo, en esta entrada del blog)

A continuación, resume cada una de las historias. Para saber un poco más, aquí os dejo algunos apuntes que os pueden servir.

Para acercarnos a esta famosa colección de cuentos, podemos abordar distintos enfoques (y todos ellos nos acercan la obra a la actualidad):
Las versiones Disney de los principales cuentos contenidos en la antología, es quizás imagen que tengáis más presente.


En cuanto a su estructura, Las mil y una noches presenta el conocido marco de la joven Sherezade que ha de entretener al sultán contando cuentos cada noche. Como homenaje a esta estructura, podemos ver versiones tan actuales como Imagínate que te quiero. 

Respecto a la temática, en Las mil y una noches podemos leer este apólogo en el que se aborda el tema de la muerte, perteneciente a la Noche 463:
EL ÁNGEL DE LA MUERTE Y EL REY DE ISRAEL.

Se cuenta de un rey de Israel que fue un tirano. Cierto día, mientras estaba sentado en el trono de su reino, vio que entraba un hombre por la puerta de palacio; tenía la pinta de un pordiosero y un semblante aterrador. Indignado por su aparición, asustado por el aspecto, el rey se puso en pie de un salto y preguntó:
—¿Quién eres? ¿Quién te ha permitido entrar? ¿Quién te ha mandado venir a mi casa? 
—Me lo ha mandado el Dueño de la casa. A mí no me anuncian los chambelanes ni necesito permiso para presentarme ante reyes ni me asusta la autoridad de los sultanes ni sus numerosos soldados. Yo soy aquel que no respeta a los tiranos. Nadie puede escapar a mi abrazo; soy el destructor de las dulzuras, el separador de los amigos.
Cuando oyó estas palabras, el rey cayó al suelo, un estremecimiento recorrió todo su cuerpo y quedó sin sentido. Al volver en sí, dijo:
—¡Tú eres el Ángel de la Muerte!
—Sí.
—¡Te ruego, por Dios, que me concedas el aplazamiento de un día tan sólo para que pueda pedir perdón por mis culpas, buscar la absolución de mi Señor y devolver a sus legítimos dueños las riquezas que encierra mi tesoro; así no tendré que pasar las angustias del juicio ni el dolor del castigo!
—¡Ay! ¡Ay! No tienes medio de hacerlo. ¿Cómo te he de conceder un día si los de tu vida están contados, si tus respiros están inventariados, si tu plazo de vida está predeterminado y registrado?
—¡Concédeme una hora!
—La hora también está en la cuenta. Ha transcurrido mientras tú te mantenías en la ignorancia y no te dabas cuenta. Han terminado ya tus respiros: sólo te queda uno.
—¿Quién estará conmigo mientras sea llevado a la tumba?
—Únicamente tus obras.
—¡No tengo buenas obras!
—Pues, entonces, no cabe duda de que tu morada estará en el fuego, de que en el porvenir te espera la cólera del Todopoderoso.
A continuación le arrebató el alma y el rey cayó del trono al suelo.
Se oyeron los clamores de sus súbditos; se elevaron voces, gritos y llantos; pero si hubieran sabido lo que le preparaba la ira de su Señor, los lamentos y sollozos aún hubiesen sido mayores y más y más fuertes los llantos.


Curiosamente, este cuento y otros muy semejantes procedentes de diversas fuentes (hebreas, persas...) han llegado hasta la literatura actual con versiones tan conocidas como esta que incluye Bernardo Atxaga en su Obabakoak:


EL CRIADO DEL RICO MERCADER

Érase una vez, en la ciudad de Bagdad, un criado que servía a un rico mercader. Un día, muy de mañana, el criado se dirigió al mercado para hacer la compra. Pero esa mañana no fue como todas las demás, porque esa mañana vio allí a la Muerte y porque la Muerte le hizo un gesto.
Aterrado, el criado volvió a la casa del mercader.
—Amo -le dijo-, déjame el caballo más veloz de la casa. Esta noche quiero estar muy lejos de Bagdad. Esta noche quiero estar en la remota ciudad de Ispahán.
—Pero, ¿por qué quieres huir? -le preguntó el mercader.
—Porque he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza.
—El mercader se compadeció de él y le dejó el caballo, y el criado partió con la esperanza de estar por la noche en Ispahán.
Por la tarde, el propio mercader fue al mercado, y, como le había sucedido antes al criado, también él vio a la Muerte.
—Muerte -le dijo acercándose a ella-, ¿por qué le has hecho un gesto de amenaza a mi criado?
—¿Un gesto de amenaza? -contestó la muerte-. No, no ha sido un gesto de amenaza, sino de asombro. Me ha sorprendido verlo aquí, tan lejos de Ispahán, porque esta noche debo llevarme en Ispahán a tu criado. 


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