domingo, 4 de noviembre de 2018

LÍRICA LATINA: Virgilio.


VIRGILIO (70-19 a.C)

Nació en una familia de humildes pastores y marchó a perfeccionar estudios a Roma, donde fue protegido por un noble llamado Mecenas.

Ya lo conocemos por su gran obra épica, la Eneida, pero en el género de la lírica destaca su obra las Bucólicas, églogas o historias de amor protagonizadas por pastores idealizados en un marco igualmente idílico y armonioso (locus amoenus), al que denominó Arcadia.

                                  Representación de Arcadia del pintor romántico Friedrich August von Kaulbach.

Este modelo de escritura sirvió de inspiración para numerosos autores de los siglos XVI y XVII. En la literatura castellana, recordamos la Égloga I de Garcilaso de la Vega.

Este es un fragmento del canto de Salicio:

Por ti el silencio de la selva umbrosa,
por ti la esquividad y apartamiento
del solitario monte m’agradaba;
por ti la verde hierba, el fresco viento,
el blanco lirio y colorada rosa
y dulce primavera deseaba.
           ¡Ay, cuánto m’engañaba!
           ¡Ay, cuán diferente era
           y cuán d´otra manera
lo que en tu falso pecho se escondía!
Bien claro con su voz me lo decía
la siniestra corneja, repitiendo
           la desventura mía.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.


     ¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta,
reputándolo yo por desvarío,
vi mi mal entre sueños, desdichado!
Soñaba que en el tiempo del estío
llevaba (por pasar allí la siesta)
a abrevar en el Tajo mi ganado;
           y después de llegado,
           sin saber de cuál arte,
           por desusada parte
y por nuevo camino el agua s’iba;
ardiendo yo con la calor estiva,
el curso enajenado iba siguiendo
           del agua fugitiva.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.






Herrera, pág. 390
     Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?
Tus claros ojos, ¿a quién los volviste?
¿Por quién tan sin respeto me trocaste?
Tu quebrantada fe, ¿dó la pusiste?
¿Cuál es el cuello que como en cadena
de tus hermosos brazos añudaste?
           No hay corazón que baste,
           aunque fuese de piedra,
           viendo mi amada hiedra
de mí arrancada, en otro muro asida,
y mi parra en otro olmo entretejida,
que no s’esté con llanto deshaciendo
           hasta acabar la vida.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
Herrera, pág. 391




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