miércoles, 30 de junio de 2021

SIR ARTHUR CONAN DOYLE



 Tras el enorme éxito de las novelas protagonizadas por su agudo personaje, Sherlock Holmes, el autor estaba absolutamente cansado. No podía seguir escribiendo, así que diseñó el asesinato perfecto. 

“El plan era sencillo. Solo había que conducir a Sherlock Holmes , al vanidoso y ególatra Holmes, hasta el abismo de Reichenbach, en Alemania. Ocurriría allí. Arthur asentía mientras lo preparaba todo. Pero Arthur no quería ser acusado. Lo tenía todo pensado: acusarían a otra persona en su lugar. ¿Quién? Aquí Arthur sonrió. Quién si no el enemigo eterno de Sherlock Holmes, quién si no el perverso dueño de los bajos fondos de Londres y de medio mundo, quién si no el temido profesor Moriarty. 

Sí. Arthur lo preparó todo con esmero: folios limpios, blancos, sin mácula, y tinta negra, oscura, líquida, bien dispuesta. Ésas eran sus armas. No necesitaba más. Dicen que hay palabras que hieren. De acuerdo. Y también hay palabras que pueden matar. Empezó a escribir. 

Todo salió tal y como lo había diseñado: Holmes siguió a su archienemigo hasta el precipicio de Reichenbach y allí luchó a muerte con él hasta que el abismo se tragó a ambos. 

Todo pasó rápidamente. No era momento de proporcionar muchos detalles. Arthur, además, se aseguró de que ni tan siquiera aparecieran los cadáveres. Mejor así. Aún más difícil reunir pruebas contra él. 

Todo había terminado. Sherlock Holmes había muerto. 

Pero dar muerte al más audaz de los detectives no era tan fácil: los miles de cartas recibidas por sir Arthur Conan Doyle y las visitas y los ruegos de su propio editor le hicieron ver que el público se negaba a aceptar que Holmes pudiera morir. Muchos seguidores de las aventuras del aclamado detective de Baker Street se paseaban frente a la casa del escritor con crespones negros en los sombreros en señal de protesta y luto por la muerte de su ídolo. Conan Doyle se plegó al fin a las peticiones de su editor y del público y, en La casa deshabitada, Sherlock Holmes regresaba a la vida. En la ficción todo puede arreglarse.”

La noche en que Frankenstein leyó el Quijote, Santiago Posteguillo. 


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