No se escribe para ser escritor, ni se lee para ser lector. Se escribe y se lee para comprender el mundo. Nadie, pues, debería salir a la vida sin haber adquirido estas habilidades básicas. De otro modo, se dependerá de quien las posea del mismo modo que aquel que no sabe hacer una tortilla depende de quien se la hace. (...)
Saber leer, pues, es saber leer la realidad y encontrarse en disposición de estar o no de acuerdo con ella. Saber leer es saber leerse, construirse, cocinarse a uno mismo en lugar de tomar la versión precongelada, predigerida y previsible de sí que ofrece el mercado de la autoimagen.
Curiosamente, el desarrollo de los alimentos precocinados ha sido paralelo al de la industria de la autoayuda. En el primer caso se trata de hacer unas albóndigas sin pasar por la complejidad del sofrito y en el segundo de creerse una identidad sin aprender latín. Ambas cosas son posibles, desde luego, pero al precio de perderse lo mejor de la comida. Y de la vida.