Otra curiosidad sobre el autor fue la rigurosa documentación que realizó para escribir su obra, hasta el punto de experimentar él mismo aquello que luego debería describir. Aquí tenéis un ejemplo:
“Cuando escribí el envenenamiento de Emma Bovary tuve en la boca el sabor del arsénico con tanta intensidad, me sentí yo mismo tan auténticamente envenenado, que tuve dos indigestiones, una tras otra, dos verdaderas indigestiones, que llegaron a hacerme vomitar toda la cena”.
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