¡Buenos días, chicos!
Bienvenidos a la última semana de este peculiar curso donde la realidad se ha impuesto a las versiones más inimaginables de ficción. Ha sido duro, pero aquí estamos. Hemos llegado quizá sin abordar todos los contenidos programados, pero con unas enseñanzas vitales que nos acompañarán para siempre.
EVALUACIÓN. Como sabéis, estamos inmersos en plena evaluación, ahora nos toca hacer balance. Por mi parte, puedo decir que estoy muy muy contenta con vosotros. Aunque no nos hayamos visto las caras, y nos haya faltado ese diálogo espontáneo sobre libros amparados en nuestra biblioteca, lo cierto es que habéis estado ahí muy presentes, trabajando, dando ánimos...
Como digo, ahora me toca a mí ir valorando todo ese esfuerzo. Durante esta semana os iré enviando a vuestro correo (estad atentos), un mensaje con la valoración personal de este tercer trimestre y del curso. Ya vamos hablando.
TAREA PARA ESTA SEMANA. En cuanto a las tareas para esta semana, son simplemente dos:
1. Si alguno tiene aún tareas pendientes, puede intentar ponerse al día entregando todo el trabajo.
En este enlace tenéis el calendario con las últimas tareas:
https://portfoliodeliteraturauniversal.blogspot.com/2020/05/calendario-de-tareas.html
2. Aún estáis a tiempo de realizar alguna actividad voluntaria para subida de nota (hasta el jueves). Las recomendaciones de libros y películas son las mismas, y hoy os propongo otra actividad:
ACTIVIDAD VOLUNTARIA. Como os vengo repitiendo, este curso quedará para siempre en nuestras memorias y me gustaría que en esta semana de hacer balances, os sentarais un ratito a meditar. Ya sé que habéis pasado mucho tiempo en casa en esta postura y ahora os apetece estirar las piernas, jeje, pero solo os pido un poquito más. Como sabéis, en el centro se publica todos los años por estas fechas la revista
La barrica del Oleana. Este año, por la situación, la publicación no será en papel, pero sí tendremos una versión digital. Desde la asignatura de
Literatura Universal siempre hemos colaborado con algún artículo en la revista, y pienso que precisamente este año, es hasta necesario. Los artículos que aquí se publican son de toda índole y cariz, pero, por guiarnos un poco, os propongo un tema:
El papel de los libros y la literatura en época de incertidumbre y confinamiento.
La consigna es que opinéis libremente sobre lo vivido (podéis hacer balance de cómo habéis vivido esta situación, qué libros os han ayudado en el confinamiento, qué enseñanzas habéis sacado...)
No obstante, a mí me gustaría aprovechar la ocasión para recomendaros un libro que me tiene fascinada en estos días. De entre mi lista de libros leídos durante la cuarentena (y no son ni mucho menos tantos como me gustaría, otro día os dejaré la lista) está este:
El infinito en un junco se trata, de hecho, de uno de los libros más vendidos durante el confinamiento. Es un
recorrido por la historia del libro, desde el nacimiento de la escritura pasando
por Grecia y Roma, pero con unas interpretaciones completamente actuales, con
referencias a nuestra realidad más cercana, con películas y ejemplos de todos
conocidos. Es más una novela que un ensayo, imprescindible para todos los que
cursáis asignaturas de Humanidades... o no: es imprescindible para todos.
Es un libro lleno de curiosidades (como veis en la foto, ya lo tengo lleno de marcas y anotaciones) sobre cómo la humanidad supo
alcanzar a ver el valor de los libros y se aferró a su conservación. Hay capítulos
desgarradores, como aquel en que nos habla de casos extremos de personas que
sobrevivieron a los campos de concentración alemanes o a los gulags rusos
gracias al poder inspirador de los libros:
"Todos ellos fueron como Sherezades, se salvaron gracias al poder de
la imaginación y a la fe en las palabras. El propio Frankl escribiría después
que, paradójicamente, soportaban mejor la vida en Auschwitz muchos
intelectuales, pese a tener peor condición física, que otros presos más
fornidos. (...) Los libros nos ayudan a sobrevivir en las grandes catástrofes
históricas y en las pequeñas tragedias de nuestra vida. Como escribió Cheever,
otro explorador del subsuelo oscuro: "No poseemos más conciencia que la
literatura... La literatura ha sido la salvación de los condenados, ha
inspirado y guiado a los amantes, vencido la desesperación, y tal vez en este
caso puede salvar al mundo."
Pero hoy quería acercaros este libro desde uno de los capítulos
más personales. En él la autora, Irene Vallejo, nos hace unas desgarradoras
confesiones sobre su infancia marcada por el bullying (una palabra que entonces
no existía, y por ello, estos comportamientos permanecían en el silencio,
ocultos bajo la expresión "es cosa de niños"). Perdonad, tal vez es
un poco largo, pero es imprescindible para captar toda la esencia del texto:
Lo peor fue el silencio. Entonces no había una palabra para
llamarlo. Podías decir: en clase se ríen de mí. O más dramática: en el colegio
me pegan. Pero eso solo arañaba la superficie de la realidad. No necesitabas
rayos X para ver formarse en la mente de los adultos un diagnóstico instantáneo:
cosas de niños.
Era la revelación temprana de un mecanismo tribal, primitivo,
predador. Me habían retirado la protección del grupo. Había una alambrada
imaginaria y yo estaba fuera. Si alguien me insultaba o me tiraba de la silla a
empujones, los demás le quitaban importancia. La agresión llegó a adquirir un
aire rutinario, habitual, poco llamativo. No quiero decir que sucediera todos
los días. A veces, sin saber por qué, se declaraban extraños periodos de calma,
el cerrojo de la caja de los truenos permanecía cerrado durante semanas, la
trayectoria de los balones en el recreo dejaba de apuntar hacia mí. Hasta que,
de repente, la profesora reñía en clase a alguno de mis perseguidores, y al
salir, entre la algarabía de niños impacientes por jugar, en los pasillos
pintados de azul, me devolvían la humillación: empollona, hijaputa, ¿tú que
miras?, ¿quieres cobrar? Y otra vez se abría la veda.
(…)
Mucha gente idealiza su infancia, la convierte en el territorio
sobrevalorado de la inocencia perdida. Yo no tengo ningún recuerdo de esa
presunta inocencia de los otros niños. Mi infancia es un extraño revoltijo de
avidez y miedo, de debilidad y resistencia, de días tenebrosos y de alegrías
eufóricas. Allí están los juegos, la curiosidad, las primeras amigas, el amor
medular de mis padres. Y la humillación cotidiana. No sé cómo encajar esas dos
partes fracturadas de mi experiencia. La memoria las ha archivado por separado.
Pero lo peor, insisto, fue el silencio. Acepté el código vigente
entre los niños, acepté la mordaza. Todo el mundo sabe, desde los cuatro años,
desde siempre, que chivarse está muy mal. El chivato es un cagón, un mal
compañero, merece que le hostien. Lo que pasa en el patio se queda en el patio.
A los adultos no se les cuenta nada –o si acaso solo lo mínimo imprescindible
para que no se les ocurra intervenir-. Los rasguños me los hacía yo sola.
Perdía las cosas que en realidad me habían robado y aparecían flotando en el
agua amarillenta del fondo del váter. Interioricé que el único atisbo de
dignidad a mi alcance consistía en resistir, en callarme, en no llorar ante los
demás, en no pedir ayuda.
(…) Durante años me reconfortó no haber sido la chivata de la clase,
la acusica, la cobarde. No haber caído tan bajo. Por autoestima mal entendida,
por vergüenza, obedecía la norma: ciertas cosas no se cuentan. Querer ser
escritora ha sido una tardía rebelión contra esa ley. Esas cosas que no se
cuentan son precisamente las que es obligado contar. He decidido convertirme en
esa chivata que tanto temí ser. La raíz de la escritura es muchas veces oscura.
Esta es mi oscuridad. Ella alimenta esta libro, quizá todo lo que escribo.
Durante los años humillantes, además de mi familia, me ayudaron
cuatro personas a las que nunca he visto: Robert Louis, Michael, Jack, Joseph.
Más adelante descubriría que son más conocidos por sus apellidos: Stevenson,
Ende, London y Conrad. Gracias a ellos aprendí que mi mundo es solo uno de los
muchos mundos simultáneos que existen, incluidos los imaginarios. Gracias a
ellos descubrí que podía almacenar fantasías acogedoras y guardarlas en mi
habitación interior para buscar refugio cuando allá fuera arreciase el granizo.
Esa revelación cambió mi vida.
Este es solo un
ejemplo del poder de los libros. Espero que os animéis a escribir. Podéis
mandarme los artículos primero a mí para “pasarles el corrector” o enviarlos directamente a labarricadeloleana@gmail.com
¡Buena semana a todos! Nos vemos por el correo.