LA NARRATIVA REALISTA DE CHARLES DICKENS.
Dickens tuvo una infancia marcada por la ruina de su familia, que le lleva a trabajar desde pequeño en una imprenta. Desde ahí, se lanzó a su labor literaria siempre ligada al periodismo.
Publicó la mayor parte de su obra por entregas mensuales en la prensa de la época, lo cual conlleva
ciertos condicionantes:
1.
Estructura
itinerante / suspense (al final del capítulo).
2.
Novelas extensas.
3.
Final
feliz, por exigencias del público,
a pesar del tono y el sufrimiento del
resto de la narración.
La obra de Dickens se caracteriza por dos aspectos complementarios:
- El sentimentalismo, una intensa
emotividad.
- La crítica realista y dura a la sociedad victoriana y, en particular, de las insoportables
condiciones de vida de gran parte de la población (las clases más
desfavorecidas y, especialmente, la infancia.)
Por otro lado, algunas de sus novelas se instalan en la
tradición de la novela de aprendizaje.
En ellas, denuncia los abusos e injusticias sociales a través de protagonistas que son niños desvalidos, con una infancia desafortunada, que tienen que hacerse
camino en los bajos fondos de la sociedad como pícaros. Estamos, pues, ante una
vuelta a la novela picaresca de la literatura española de los siglos XVI y
XVII.
A pesar de los sufrimientos (sórdidos orfanatos, crueles
padrastros, amos avaros…), al final la bondad y generosidad de algunas personas
consiguen “salvarlos” de un final desgraciado.
Así ocurre en:
Grandes esperanzas:
Cuenta la historia de Pip, un huérfano que,
de niño, ayuda a un preso que ha escapado de un barco-prisión. Más tarde, un
misterioso benefactor le ofrece la oportunidad de estudiar y convertirse en un
caballero. El benefactor resulta ser el convicto al que socorre.
Me adentré en el aprendizaje del alfabeto como si
este fuese una zarzamora, ya que cada letra me producía considerables
quebraderos de cabeza y arañazos. Después, caí presa de esos ladrones, los
nueve guarismos, que cada noche parecían idear algo nuevo para disfrazarse y
conseguir confundirme. Aun así, finalmente comencé, de forma obtusa y
tentativa, a leer, escribir y contar, si bien grado ínfimo.
Una noche estaba sentado en el rincón de la chimenea
con mi pizarrín, haciendo grandes esfuerzos para escribir una carta a Joe. Creo
que debía de ser un año entero después de nuestra persecución por las marismas,
pues ya había pasado mucho tiempo, volvía a ser invierno y hacía una fuerte
helada. Con un alfabeto a mis pies delante del hogar para poder consultarlo, al
cabo de una hora o dos conseguí escribir la siguiente epístola llena de
borrones:
“Mi qerido jo espero qe estes bien i qe pronto podre
enseñarte jo i entonces seremos mu felices i cuando sea tu aprendis jo nos
divertiremos un monton pip”
No había ninguna necesidad (…) de que me comunicara
por carta con Joe, ya que este estaba sentado a mi lado y nos encontrábamos
solos. No obstante, le entregué esa comunicación escrita, con pizarrín y todo,
que él recibió como un prodigio de erudición:
-¡Pero, Pip, amigo mío! –exclamó abriendo sus ojos
azules de par en par-. ¡ Si estás hecho todo un sabio! (…)
- ¿Y por qué no fuiste a la escuela, Joe, cuando eras
pequeño como yo?
- Bueno, Pip –dijo él cogiendo el atizador y
disponiéndose a realizar la que era su tarea habitual cuando estaba pensativo,
que consistía en avivar lentamente las brasas-, pues te lo voy a explicar. Mi
padre se dio a la bebida y, cuando estaba borracho, se ponía a golpear a mi
madre de la forma más despiadada. Era lo único que golpeaba, a excepción de los
golpes que también me daba a mí, con un vigor que solo era equiparable al vigor
con el que golpeaba su yunque. ¿Entiendes lo que te digo, Pip? (…) En
consecuencia, mi madre y yo nos escapamos varias veces de casa, y entonces mi
madre tenía que ponerse a trabajar y me decía: “Ahora, Joe, Dios mediante, vas
a ir a la escuela, hijo mío”, y me mandaba a una. Pero mi padre tenía tan buen
corazón que no podía vivir sin nosotros, así que nos buscaba hasta que nos
encontraba y, acompañado de un gentío enorme, montaba tal escándalo en las
casas en que nos alojábamos que se veían obligados a desatenderse de nosotros y
entregarnos a él. Y entonces nos llevaba a casa y nos volvía a pegar. Lo cual,
Pip –dijo deteniendo su meditabundo avivamiento del fuego y mirándome-, fue un
impedimento para mi educación.
David Copperfield.
1.
Novela de elementos autobiográficos narrada en
1ª persona.
2.
Componente sentimental.
3.
Novela de aprendizaje: infancia / adolescencia.
4.
Descripción de los periodos difíciles del
personaje.
RESUMEN.
-
Huérfano de padre.
-
Maltratado en un internado.
-
Trabaja como chico de almacén --à decide escaparse.
-
Vive con su tía abuela, la señorita Betsey
(personaje de la protectora o alma caritativa, semejante a las figuras
protectoras de Oliver Twist). Trabaja y sigue con su educación.
-
Trabaja como funcionario judicial en Londres.
-
Relación con Agnes.
-
Matrimonio con Dora, hija del bufete de abogados
para el que trabaja -à infeliz.
-
Muerte de Dora y matrimonio final con Agnes.
Conozco el mundo bastante bien, y he perdido la
facultad de sorprenderme por nada; pero no puedo comprender cómo tuvieron valor
para desprenderse de mí contando yo tan pocos años. Parece extraño que, dadas
mis facultades de muchacho despejado, activo y servicial, nadie hiciera la
menor cosa en beneficio mío; pero así fue, y a los diez años entré como simple
jornalero al servicio de la casa Murdstone y Grimby, situada en Blackfriars, al
lado del río, en un edificio antiguo, con muelle propio que se llenaba de agua
al subir la marea, convirtiéndose en un cenagal cuando bajaba. En las cuevas y
sótanos de la casa había tal enjambre de ratas, que todavía hoy me estremezco
al recordar aquel espectáculo, como lo vi el primer día, cuando entré allí de
la mano de Quinion. (…)
Éramos tres o cuatro, contándome a mí. Me habían
colocado en un rincón del almacén, donde mister Quinion podía desde su despacho
verme a través de la ventana. Allí, el primer día que debía empezar la vida por
mi propia cuenta me enviaron al mayor de mis compañeros a enseñarme lo que
debía hacer. (…) No hay palabras para expresar la agonía que me produjo la
sociedad de aquellos muchachos, y el decaimiento que se apoderó de mí al ver
frustrarse las esperanzas que había abrigado de ser un hombre ilustrado y
distinguido. (…)
Sé que no exagero, ni aun inconsciente o
involuntariamente, la escasez de mis recursos y las dificultades de mi vida. Sé
que si mister Quinion me daba alguna vez una propina la gastaba en comer o en
tomar el té. Sé que trabajaba desde por la mañana hasta la noche entre hombres
y niños de la clase más baja y hecho un desarrapado. Sé que vagaba por aquellas
calles con hambre y mal vestido. Y sé que sin la misericordia de Dios estaba
tan abandonado, que podía haberme convertido en un ladrón o hacerme un
vagabundo.